Por: Pedro Martínez Serrano
La lealtad e institucionalidad
partidista, términos machacadísimos durante años en las cúpulas del Partido
Revolucionario Institucional (PRI), no son ahora, más que parte de los buenos
recuerdos de ese instituto político que hoy, más que una organización seria y
comprometida con las causas ciudadanas, se ha convertido en guarida de
traicioneros y mercachifles del poder que ponen los intereses de su militancia
a gusto y capricho de terceros.
Y es que lo que sucedió en la
reciente elección en Baja California, en donde se levantó con el triunfo
el candidato del PAN y comparsa, Francisco Vega de Lamadrid (no sé
por qué, pero me recuerda a Vargas, el presidente municipal interino de
la película La Ley de Herodes, a quien se
eligió por inepto, por pendejo y obediente), dejó un pestilente tufo a
componendas del poder central. Se entregó el Estado a cambio de las reformas
que ocupa el presidente Enrique Peña Nieto, se repite en forma
reiterada entre ganadores y perdedores.
Los mismos panistas se mueven
felices por el triunfo y se frotan las manos ante la repartición del poder
estatal, aunque la duda los mantiene presos. Ellos hicieron campaña con un
gigantesco fantasma de la derrota en la espalda. Saben que el triunfo ─con
aroma a atraco electoral─, no es producto de su trabajo, si no el resultado de
negociaciones cupulares al más alto nivel.
No sólo eso, en Baja
California la traición fue el sello que marcó el proceso, por un lado el
priísta más beneficiado del viejo PRI y sus cochupos, Jorge Hank Rhon se movilizó, echó su
resto en contra del partido del que se dice militante. El ingeniero
hizo campaña con todo y con todos sus activos a favor de Francisco Vega de
Lamadrid. Hoy espera tranquilo el pago de los favores otorgados.
Lógicamente empresas de su propiedad con prestanombres se van a ver
beneficiadas con la ejecución de obras y la prestación de servicios millonarios
al gobierno estatal que viene.
Pero no sólo Jorge Hank trabajó a favor de la nomenclatura
panista, lo hicieron también los Valencia, Eligio, padre e hijo; el
primero le sirvió y enfiló sus baterías a favor del candidato a gobernador, el
señor Francisco Vega; el segundo, el tal Junior de El
Mexicano, se dedicó de tiempo completo a la campaña de Alejandro
Monraz.
Los Valencia difundieron
intensamente propaganda a favor del voto cruzado, de la cual poseo copia,
pero también ordenaron a su pariente, el proxeneta Francisco Javier Hernández Vera, que
sumara a la gente afiliada a los sindicatos de La Línea y de la Zona
Centro a los candidatos panistas.
El mismo 7 de julio, Hernández
Vera atendió la orden del dirigente estatal de la CTM, Eligio Valencia
Roque, secundada por su cuñado, Eligio Junior: hay que cuidar que
no falte nadie a votar… Para gobernador por Kiko y para presidente por Astiazarán.La
traición se estaba consumando y el viejo Eligio expulsando su
resentimiento por la derrota del año anterior, cuando buscó ser senador de la
República y fue derrotado hasta por el locutor Marco Antonio Blázquez.
Hoy las cosas empiezan a
reacomodar, el agua vuelve suavemente a su nivel y el reviere puede ser
durísimo, la calma, la tranquilidad que exhibe el momento anuncia tormenta,
falta ver a quién alcanza, a quién empapa. Lo que es un hecho es que juego
que tiene desquite, ni quien se pique; porque bien señala aquello que dicta
que en la vida como en la política: hay que saber esperar para pasar a
cobrar y, lo más claro y cotidiano, que algunas veces pocos entienden: el
que avisa no traiciona.
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