Columna de análisis social, cultural, político y económico.
Mamotreto con aspiraciones de mejorar, aunque lo veo difícil por la limitada
sesera del autor, así que agradezco a mis seis lectores su paciencia. Año II,
Tomo II, Época II, Número 112, Edición del 20 de septiembre de 2017.
CDMX, LO
DICHO, UN MAL NUNCA VIENE SOLO.
Hace apenas unos días lo había advertido y,
como ocurre con los dichos de la sabiduría popular, nuestro patrio patio,
"después de barrido, regado". Mal
acabábamos de digerir la noticia del sismo de 8.2 en la escala de Richter que
azotó -principalmente- a los estados de Oaxaca y Chiapas, recibimos con azoro,
la infausta noticia del sismo -colofón de las repetidas desgracias sufridas por
nuestro pueblo, sin incluir a los políticos- ahora tocó el turno a la Ciudad de
México y los estados de Puebla y Morelos, principalmente. Hablar de un nuevo
sismo en la capital me trajo a la mente -con todo y escalofríos- la terrible
experiencia del tristemente célebre terremoto del 19 de septiembre de 1985, del
que la generación de mexicanos con edades de 32 o menos, apenas han oído
hablar, casi como una anécdota. Pues nada, que esta nueva catástrofe -de
primera mano- les permitirá valorar la otra, que fue peor al mil por ciento.
Nos solidarizamos con las familias que hubieron de lamentar la pérdida de sus
patrimonios o, peor aún, de un ser querido. No podían faltar los políticos, del
Quique en adelante, que sacaron raja de la enorme pasarela que tan infausto
evento les ofrece. Un mensaje a Graco, en Morelos, quien declaró -a escasas 24
horas del sismo- su intención de pasar de la etapa de búsqueda y rescate,
directamente a la de reconstrucción. ¿Quiere decir el señor gobernador que
tirará el cascajo, así hubiere cadáveres mezclados con algunos sobrevivientes?
Si tal cosa dijo, sugiero lo piense mejor, antes de entrarle al asunto -siempre
jugoso- de los contratos de obra. ¿Lo ve usted así? Vale.
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