Columna de análisis social,
cultural, político y económico.
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Año II, Tomo II, Época II,
Edición del 1 de noviembre de 2017, No. 146
DÍA DE LOS SANTOS INOCENTES
Todo pueblo mantiene tradiciones, los mexicanos no somos la excepción. El uno y el dos de noviembre se celebra a los "angelitos" y luego, a todos los demás santos. Los "angelitos" son los que mueren en la primera infancia. En mis primeros recuerdos está un viaje que hice con Elenita -mi madre- a su pueblo natal, Quitupan, en el Estado de Jalisco, quizá a finales de 1949. Recuerdo que fuimos de visita a casa de sus hermanos -mis tíos- para que me conocieran, puesto que no había vuelto a su pueblo desde que salió, cinco años antes. Así, fuimos al Llano Largo, con mi tío Abraham; a San Diego, con mi tío José María; a Cotija, con mi tía Refugio y en Quitupan, con las tías Candelaria, María y Jesús. Todos del clan Barragán, agregando una breve visita al tío Domingo Martínez en Mazamitla, hermano de mi abuela materna y así, hasta llevarme a conocer a toda la parentela. En fin, que estando en Quitupan ocurrió el fallecimiento de un niñito, hijo de mi prima Lucía -hija mayor de mi tía Jesús- y por lo tanto, sobrino mío, aunque yo no cumplía aun mis cuatro años. Siguiendo la tradición, quitaron la puerta de la habitación y con ella hicieron una especie de catafalco, expusieron al pequeño rodeado de flores de cempazúchitl, vestido como para primera comunión y lo velaron toda la noche, rezando las mujeres y bebiendo café con 'piquete' los varones, todos afuera de la casa. Fue mi primer contacto con la muerte. Me daba la impresión de que él estaba dormido. Nadie me explicó qué le pasó, pues apenas unos días antes estuvimos él y yo hurtando pan en el cajón de madera del tío Eustorgio, cuñado de su abuela, mi tía Jesús. Me preocupaba que hubiera sido por la pillería que hicimos al tío panadero, que ya nos habían granjeado unas nalgadas. Al día siguiente al velorio, todo el pueblo fue invitado a "despedir al angelito", marchando en procesión hacia el panteón -al que los lugareños insisten en llamar 'campo santo', como hasta la fecha lo llaman. Curiosamente, durante todo el trayecto los acompañantes iban cantando tonadas dedicadas al difunto 'angelito'. Ignoro si aún se conservan estas tradiciones. Cierro mi comentario en este día primero para lamentar -a la distancia- la corta vida de mi sobrinito y agradecer, a la vez, por los 71 años maravillosos que el destino me prodigó. Brindo por eso con un ponche de granada de Zapotlán el Grande, aunque sea solo en mi imaginación. Vale.
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