Todos los días, un ejército compuesto por millones o
decenas de millones de mexicanos se despiertan, asean, visten, desayunan y
salen a la calle rumbo al trabajo. En el objetivo de ganar dinero no reparan en
ser inmorales. Abusan, manipulan, mienten, ofenden, agreden, lastiman... hasta
asesinan.
Es muy sencillo señalar al delincuente común:
carterista o asaltante; al mafioso de alguna organización: roba autos, extorsionador,
secuestrador, sicario, narco o huachicolero.
La cosa no para ahí.
Decenas o cientos de miles de policías se dedican a
obtener dinero de forma ilícita. Si, quienes deberían procurar justicia, la
violan.
Pero el patrullero o el policía de a pie es la punta
de la madeja. Mandos medios, titulares, directores -en cadena- forman parte del
abuso. También el ministerial, el agente del Ministerio Público o el abogado,
en muchos, muchísimos casos, forman parte de esta cadena de corrupción.
Continúa.
Pero la madeja sigue. En la mayoría de dependencias
públicas también hay abuso y extorsión. Coyotes, ventanillas, trámites
agilizados, liberación de licencias u obtención de permisos; folder con
documentos y unos cuantos billetes dentro, ayudan.
¿Son los de abajo y los de en medio?
Desde el presidente hasta sus secretarios, desde el
gobernador hasta sus titulares, desde el presidente municipal hasta sus
encargados. Prácticamente ningún responsable de dependencia oficial se salva.
Sin sentido de servicio a la comunidad, lo que interesa es aprovechar el trienio
o el sexenio para obtener recursos que engrosen el bolsillo y la cuenta
bancaria, comprar la casa o residencia, los autos y los lujos.
¿Y la sociedad?
Igual el mecánico, el cerrajero, el electricista o el
fontanero; igual el dentista o el médico; el ingeniero o el arquitecto, el
contador o el administrador. Casi ningún oficio o profesión se salva de caer.
Igual el independiente, el que trabaja para una empresa. Ya el empleado o el
dueño. En la industria o en el campo, campesino o ganadero, intermediario o
comerciante.
¿Todo está podrido?
En una cultura obsesionada por el dinero, el consumo,
la compra; por la supervivencia, por el cuánto tienes, cuánto vales, por el
primero yo, por el ya veremos, por el éxito a toda costa, por el "ya la
hicimos", por el "mejor chingo que me chingues"; prácticamente
es difícil que alguien no haya caído en el abuso, la mentira o el hurto (no
necesariamente económico).
¿Qué tanto se es honesto? Basta ver la necesidad o la
urgencia, estar cerca de "donde hay", para conocer la medida de la
ética.
Desde el camillero al jefe de un hospital, desde el
periodista u articulista al medio de comunicación, desde el albañil a la
constructora, desde el sacerdote al Papa, desde el policía al juez, desde un
punto al otro, la corrupción es latente.
Es verdad que muchos -¿cuántos?- intentan ir por la
línea de lo justo -subrayó intentan-, y lo consiguen. Pero también, muchos
otros, actúan con premeditación, alevosía y ventaja.
En ese sentido, es más difícil encontrar en cierto
tipo de individuos, familias, grupos, comunidades, poblaciones o países el acto
de la corrupción. Es menos posible -subrayó menos posible- encontrar abuso en
Canadá, Bélgica, Suecia, Finlandia o Noruega que en Centroamérica, Sudamérica,
África o muchos países de Asia. Sin embargo, depende de muchas circunstancias.
Por ejemplificar, una minera canadiense tiene un comportamiento diferente si
explota una mina en su país, que si lo hace en México. ¿Qué cambio? Las
circunstancias, la región, la laxitud de las leyes, la aplicación de la
justicia, la supervisión de las normas. Lo mismo pasa con los individuos y las
familias. Todo depende de principios, educación y circunstancias -subrayó
circunstancias-.
¿Cómo cambiar un país?
El hábito hace al monje. Es un trabajo de todos.
Estado y sociedad. Es gimnasia diaria, fortalecer el músculo de la honestidad
pasa por la educación, la cultura, la igualdad de oportunidades, el pago justo
de salarios, la transparencia. Pero, también, en la organización social, en las
juntas de ciudadanos que supervisen a sus autoridades: presupuestos, obras,
contrataciones, cuentas, desempeños.
La acción ciudadana, la participación constante de
todos, genera mutaciones. Construye cambios. Ayuda a la moral y la ética.
Alimenta la armonía. Pule la justicia. Promueve la sonrisa. Despierta al amor.
Si la nueva administración pública que inicia con un
nuevo sexenio piensa que ellos, como gobierno, son la única solución, sin
involucrar al resto de la sociedad, ya pueden ir escribiendo su fracaso. En
cambio, si construyen una estructura de participación ciudadana en la que cada
grupo o comunidad supervise, audite, fiscalice y monitorice a sus
correspondientes funcionarios y autoridades, entonces, estaremos con la
posibilidad de conocer un país completamente diferente.
Es cuánto.
Don Diego de la Vega.
Z...
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