Fuente: Últimas Noticias… Portal digital de
Venezuela (Caracas)
CRÓNICA NEGRA | El terror
se propaga en las alturas
La
orden del jefe fue tajante: Ojo. No quiero que lleguen a la cancha. Tú me
respondes Joel. Haz lo que creas necesario y usa los hombres que necesites.
Dales duro, dales en la madre.
Willmer Poleo Zerpa.- Los disparos
sonaban a lo lejos, pero cada vez se hacían más nítidos. Nadie sabía lo que
estaba ocurriendo, pero igual, los cabecillas del grupo hamponil ordenaron activar
el plan de contingencia y comenzaron a realizar llamadas a través de sus
radiotransmisores, que se supone iban dirigidas hacia sus subalternos ubicados
en la parte baja del barrio. En cuestión de segundos ya sabían lo que ocurría,
nada del otro mundo. Solo que la policía se estaba metiendo hacia el barrio,
tal y como lo habían intentado en un sinfín de ocasiones.
La orden
del jefe fue tajante: Ojo. No quiero que lleguen a la cancha. Tú me respondes
Joel. Haz lo que creas necesario y usa los hombres que necesites. Dales duro,
dales en la madre.
En la
parte alta del barrio comenzó la corredera. Pero no era una corredera
desesperada, sino completamente organizada. Los hombres tomaban posiciones en
los puntos altos de las casas, mientras otros se encargaban de realizar
llamadas a las bandas criminales de los barrios adyacentes y las féminas, en su
mayoría amantes de los cabecillas, organizaban las caletas cuidadosamente. Las
señoras mayores comenzaron a salir a la calle, junto con los niños, pues ellas
y las mujeres eran las encargadas de frenar el avance policial, si es que los
uniformados lograban quebrar la resistencia armada de los llamados “luceros”.
La idea era que los trataran de frenar algunos minutos, para que les diera
tiempo a los cabecillas a huir hacia los barrios vecinos.
Para la
policía no era tarea fácil eso de adentrarse en aquella maraña de callejones y escalinatas
encharcadas e ir apartando los cables de electricidad que colgaban de los
postes y se recostaban sobre las humildes viviendas y al mismo tiempo caminar o
correr con los ojos bien abiertos porque sabían que desde cualquier rincón les
podían lanzar una granada o una ráfaga de disparos. No podían fiarse de nadie,
pues en aquellos parajes de la Cota 905 cualquiera, hasta un niño de catorce
años, puede estar armado con una subametralladora, la cual maneja con total
destreza.
Seis
fallecidos. Llegar hasta arriba costó Dios y su santa ayuda. En el camino
quedaron sembrados los cuerpos de seis de los delincuentes y tres de los
policías fueron sacados en volandillas en una patrulla, pues fueron alcanzados
por las esquirlas de una de las tantas granadas que les arrojaron.
A los que
no tenían ni arte ni parte en el tiroteo, sólo les quedaba rezar y encomendarse
a cuanto santo conocieran. Aquellas endebles paredes de zinc y cartón no eran
capaces de ofrecer ninguna resistencia a las balas rabiosas que brotaban de las
armas criminales así como de las uniformadas.
Al llegar
a la vía principal, tuvieron que enfrentarse de nuevo con otro grupo de
antisociales que los esperaba. Luego de varios minutos, estos se lanzaron en
veloz carrera hacia la parte alta, pero eran perseguidos de cerca por los
agentes del Cicpc y del grupo élite de la Polinacional, el FAES. Uno de los
muchachos soltó el arma y se entregó.
Al doblar
en uno de los callejones, cinco de los antisociales se metieron violentamente
en una de las viviendas, cuya puerta estaba abierta, pero fueron vistos por un
policía. De inmediato la casa fue rodeada y los agentes comenzaron a conminar a
los antisociales a que depusieran sus armas y se entregaran. La puerta se abrió
de par en par. La fotografía era conmovedora. Los antisociales estaban armados
con pistolas. Uno mantenía tomada por el cuello a una señora de unos sesenta
años; el otro tenía cargado a un bebé de aproximadamente ocho meses, quien no
entendía nada de lo que estaba pasando; y otro tenía abrazado a un niño que no
debía llegar a los cuatro años. Los otros dos, vestidos con shores y
franelillas, estaban detrás del grupo, como vigilando.
“Queremos
que venga la prensa y un fiscal del Ministerio Público. No se vayan a volver
locos, porque si no, todos morirán”, dijo el que fungía de jefe de aquel grupo,
quien no debía llegar a los veinte años.
En
cuestión de minutos la calle se llenó de curiosos y policías de distintos
cuerpos de seguridad. Dos camionetas blindadas del Grupo BAE del Cicpc se
encargaron de bloquear la vía, mientras el director del organismo, megáfono en
mano, se abría paso para llegar hasta la vivienda donde mantenían a los
rehenes.
Luego de
varios minutos de conversaciones, finalmente los antisociales entendieron que
la única posibilidad que tenían de salir vivos era deponer las armas.
“Okey. Sus
vidas están garantizadas. Aquí nadie les va a hacer nada. Uno por uno van a ir
bajando el arma al piso y luego le dan una patada hacia acá. Perfecto, así es…
ahora suelta a la señora. Venga doñita camine hacia acá, despacio, traiga
cargado al bebé. Ahora tu flaco, el de la franela blanca…”
Luego de
varias semanas de juicio, los detenidos fueron condenados a once años y nueve
meses de prisión. Responden a los nombres de Keyner López, Andy Jaramillo,
Bryan Palacios, Johan Trejo y Axel Rodríguez. El sexto es un adolescente que es
procesado en un tribunal de menores.
“En el
camino quedaron sembrando los cuerpos de seis de los delincuentes”….
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