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domingo, 10 de diciembre de 2017

“DALES DURO, DALES EN LA MADRE” ORDENA JEFE DE HAMPONES A SUBALTERNO CONTRA LA POLICÍA


Fuente: Últimas Noticias… Portal digital de Venezuela (Caracas)

CRÓNICA NEGRA | El terror se propaga en las alturas

La orden del jefe fue tajante: Ojo. No quiero que lleguen a la cancha. Tú me respondes Joel. Haz lo que creas necesario y usa los hombres que necesites. Dales duro, dales en la madre.

Willmer Poleo Zerpa.- Los disparos sonaban a lo lejos, pero cada vez se hacían más nítidos. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo, pero igual, los cabecillas del grupo hamponil ordenaron activar el plan de contingencia y comenzaron a realizar llamadas a través de sus radiotransmisores, que se supone iban dirigidas hacia sus subalternos ubicados en la parte baja del barrio. En cuestión de segundos ya sabían lo que ocurría, nada del otro mundo. Solo que la policía se estaba metiendo hacia el barrio, tal y como lo habían intentado en un sinfín de ocasiones.
La orden del jefe fue tajante: Ojo. No quiero que lleguen a la cancha. Tú me respondes Joel. Haz lo que creas necesario y usa los hombres que necesites. Dales duro, dales en la madre.
En la parte alta del barrio comenzó la corredera. Pero no era una corredera desesperada, sino completamente organizada. Los hombres tomaban posiciones en los puntos altos de las casas, mientras otros se encargaban de realizar llamadas a las bandas criminales de los barrios adyacentes y las féminas, en su mayoría amantes de los cabecillas, organizaban las caletas cuidadosamente. Las señoras mayores comenzaron a salir a la calle, junto con los niños, pues ellas y las mujeres eran las encargadas de frenar el avance policial, si es que los uniformados lograban quebrar la resistencia armada de los llamados “luceros”. La idea era que los trataran de frenar algunos minutos, para que les diera tiempo a los cabecillas a huir hacia los barrios vecinos.
Para la policía no era tarea fácil eso de adentrarse en aquella maraña de callejones y escalinatas encharcadas e ir apartando los cables de electricidad que colgaban de los postes y se recostaban sobre las humildes viviendas y al mismo tiempo caminar o correr con los ojos bien abiertos porque sabían que desde cualquier rincón les podían lanzar una granada o una ráfaga de disparos. No podían fiarse de nadie, pues en aquellos parajes de la Cota 905 cualquiera, hasta un niño de catorce años, puede estar armado con una subametralladora, la cual maneja con total destreza.
Seis fallecidos. Llegar hasta arriba costó Dios y su santa ayuda. En el camino quedaron sembrados los cuerpos de seis de los delincuentes y tres de los policías fueron sacados en volandillas en una patrulla, pues fueron alcanzados por las esquirlas de una de las tantas granadas que les arrojaron.
A los que no tenían ni arte ni parte en el tiroteo, sólo les quedaba rezar y encomendarse a cuanto santo conocieran. Aquellas endebles paredes de zinc y cartón no eran capaces de ofrecer ninguna resistencia a las balas rabiosas que brotaban de las armas criminales así como de las uniformadas.
Al llegar a la vía principal, tuvieron que enfrentarse de nuevo con otro grupo de antisociales que los esperaba. Luego de varios minutos, estos se lanzaron en veloz carrera hacia la parte alta, pero eran perseguidos de cerca por los agentes del Cicpc y del grupo élite de la Polinacional, el FAES. Uno de los muchachos soltó el arma y se entregó.
Al doblar en uno de los callejones, cinco de los antisociales se metieron violentamente en una de las viviendas, cuya puerta estaba abierta, pero fueron vistos por un policía. De inmediato la casa fue rodeada y los agentes comenzaron a conminar a los antisociales a que depusieran sus armas y se entregaran. La puerta se abrió de par en par. La fotografía era conmovedora. Los antisociales estaban armados con pistolas. Uno mantenía tomada por el cuello a una señora de unos sesenta años; el otro tenía cargado a un bebé de aproximadamente ocho meses, quien no entendía nada de lo que estaba pasando; y otro tenía abrazado a un niño que no debía llegar a los cuatro años. Los otros dos, vestidos con shores y franelillas, estaban detrás del grupo, como vigilando.
“Queremos que venga la prensa y un fiscal del Ministerio Público. No se vayan a volver locos, porque si no, todos morirán”, dijo el que fungía de jefe de aquel grupo, quien no debía llegar a los veinte años.
En cuestión de minutos la calle se llenó de curiosos y policías de distintos cuerpos de seguridad. Dos camionetas blindadas del Grupo BAE del Cicpc se encargaron de bloquear la vía, mientras el director del organismo, megáfono en mano, se abría paso para llegar hasta la vivienda donde mantenían a los rehenes.
Luego de varios minutos de conversaciones, finalmente los antisociales entendieron que la única posibilidad que tenían de salir vivos era deponer las armas.
“Okey. Sus vidas están garantizadas. Aquí nadie les va a hacer nada. Uno por uno van a ir bajando el arma al piso y luego le dan una patada hacia acá. Perfecto, así es… ahora suelta a la señora. Venga doñita camine hacia acá, despacio, traiga cargado al bebé. Ahora tu flaco, el de la franela blanca…”
Luego de varias semanas de juicio, los detenidos fueron condenados a once años y nueve meses de prisión. Responden a los nombres de Keyner López, Andy Jaramillo, Bryan Palacios, Johan Trejo y Axel Rodríguez. El sexto es un adolescente que es procesado en un tribunal de menores.

“En el camino quedaron sembrando los cuerpos de seis de los delincuentes”….

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